Las seis de la tarde y noche cerrada, bajamos del coche en el muelle del pueblo, por un momento creí que acabaríamos en el agua por la fuerza que tenía el viento, abrir el paraguas y romperse fue todo uno, solo unos minutos de caminata hasta la tasca más cercana y estábamos chorreando.
El cambio de ambiente nos desoriento un poco, por la cara con que nos miraron los paisanos que allí se encontraban, debíamos dar la impresión de dos personas que han encontrado un refugio después de permanecer perdidos en la nieve (o la de dos pipiolos atontados y en apuros) una vez realizada la inspección de rigor volvieron a lo suyo.
Pregunté si podíamos pasar y donde podía dejar el paraguas que todavía llevaba en la mano, el camarero muy amable me dijo que ya se encargaba de tirarlo, a continuación nos invitó a pasar al baño para secarnos y le pidió a un tal Serafín que se quedase un momento en la barra para subir al piso y traernos dos toallas limpias.
Nos dio tiempo de comentar lo amable que había sido y ya estaba de vuelta con ellas.
Al salir, la tasca estaba todavía más abarrotada, en la barra no cabía un alfiler, no veíamos ningún sitio libre y nos quedamos allí de pie como dos pasmarotes, yo muy pegada a él porque en todo el local no se veía una sola mujer y por mi juventud todavía no me sabía desenvolver con naturalidad en esas situaciones.
Se nos acercó Serafín comentando con los que nos rodeaban.
-Ir sacando las brasas que hoy cenamos sardinas asadas.
Carcajada general.
-¿Tú los has visto bien? así tan juntitos claro que parecen sardinas; pero de las de lata.
Nueva algarabía.
Miré a mi amigo en busca de amparo y me encontré con que había cerrado un momento los ojos, seguramente con la esperanza de que al abrirlos nos encontrásemos en cualquier sitio bien lejos de allí. ¿Quién demonios me había mandado salir esa tarde de casa?
Para alivio nuestro, Serafín decidió que ya estaba bien por el momento.
-Venga niños, por aquí.
Los hombres se apartartaban a su paso y la escena me recordó una película de vaqueros o peor aún, una de terror, mira que si lo de comersenos iba en serio (tengo mucha imaginación y por entonces estaba enganchadisima a los libros de Stephen King, me parecía lo más).
Nada más lejos de la realidad, habían dejado libre una mesa al lado de la chimenea.
-Sentaros aquí, ahora mismo os traigo una cunca de vino.
-Mejor un chocolate caliente.
Nuevas risas.
-De eso nada, una cunca de vino y unas tapas, vais a empezar por las de pulpo y zorza.
-No se si tenemos tanto dinero.
-Yo tengo cinco euros.
-Avisa ahí al bicho, que les vaya desmantelando el coche, por que lo que tienen en la cartera no le da ni para pipas.
Nuevas caras de susto y nuevas risas.
-¡Ay meniños, quen pillara a vosa inocencia!
-¡Dejate de inocencias, quien pillara sus años!
-Mira, nos hizo mucha gracia la cara de apampanados que traíais y ya con lo de que si podíais pasar, la acabasteis de rematar, así que no preocuparos, el vino lo pone el jefe y las tapas las pagamos entre todos, ya veis, problema solucionado.
Ya llegaba "el jefe" con una jarra de vino y las tapas.
Aquí tenéis, venga, ahora a comer y a beber que hay que entrar en calor.
Volvieron a la barra y nosotros nos dispusimos a comer.
CONTINUARA...
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