domingo, 22 de mayo de 2011

ABUELO

Tuve la suerte de convivir los primeros ocho años de mi vida con mi abuelo, hoy me apetece compartir alguno de los momentos que pasé con él.
Lo veo sentado delante de su máquina de escribir, un objeto que me parecía maravilloso y que a veces me dejaba usar, mientras me explicaba lo que estaba haciendo (siempre me habló como si fuese adulta) o me contaba historias.
El abuelo y sus historias...
Lo recuerdo alegre, dicharachero, coqueto, divertido, mujeriego, le encantaba rodearse de chicas bonitas y echarse unas risas con la mirada complice y socarrona de mi abuela (a saber lo que le abría aguantado en sus buenos tiempos).
El abuelo fue el que me enseño a leer, cuando se cansaba de contarme historias se ponía a leer novelas de vaqueros y yo que lo quería con locura para no separarme de el, le pedía que me las leyese en voz alta una y otra vez, se suponía que todavía era demasiado pequeña para hacerlo por mi misma pero debí ponerme tan pesada que decidió enseñarme y que yo me leyese mis propias novelas.
Ante mi se abrió un mundo apasionante lleno de vaqueros, damiselas, indios y malechores, buenos muy buenos y malos muy malos, duelos a muerte (que me parecían de lo más natural), robos de ganado, rodeos y como no, historias de amor que siempre tenían un final feliz.
También me descubrió a Rosalía de Castro, Castelao, Curros Enríquez, Eduardo Pondal etc. etc.
Me transmitió su gran amor por la lectura y por Galicia, nuestra tierra.
Lo que más feliz me hacía por aquel entonces era coger un libro nuevo y escaparme a la huerta, sentarme a la orilla del río y pasarme la mañana o la tarde leyendo bajo la sombra de un árbol, pasados los años se convertiría en mi vía de escape y lo seguiría siendo durante mucho tiempo.
Si pienso en él me vienen a la mente imágenes que me hubiera encantado fotografiar, como cuando me subía a un pequeño taburete, me anudadaba el delantal de la abuela que me llegaba debajo de las axilas hasta los pies y me dejaba lavar las cucharillas del café y algún pocillo, que feliz era en aquella diminuta cocina salpicándolo todo y llenándolo de espuma, los dos al lado de la ventana y sintiendo su amor tan cerca.
Otro momento precioso era la caminata a una aldea cercana para jugar su partida diaria de dominó, el paseo de ida y vuelta lo convertía en una aventura, al tiempo que caminábamos me iba mostrando la vegetación que nos rodeaba, me enseñaba los nombres de los árboles, las plantas, las flores, los pájaros, de todo lo que se cruzara en nuestro camino y se paraba a hablar con cada vecino que se encontraba a nuestro paso, era muy divertido.
Entraba en la taberna donde jugaba la partida y comenzaban las chanzas, las risas, a mi me sentaban en un taburete alto para que pudiese recrearme con la escena, los actores principales eran los hombres que se sentaban a la mesa, incluido el dueño de la taberna que de vez en cuando se levantaba para ponerle una barra de pan a la nieta de la señora Martina (también era tienda para todo) o  una chiquita al señor Sebastian que solía entrar en conversación con los de la mesa, venían siendo los actores secundarios que le daban vida a la escena.
Yo era feliz observándolo todo, aún hoy el ruido que hacen las fichas de dominó, el jaleo que acompaña  la partida y el olor a café de puchero me traslada de inmediato a mi infancia, me siento muy orgullosa de ser su nieta, porque para mí fue el abuelo perfecto y porque recuerdo como lo quería la gente, desde los niños chiquitos, (siempre tenía los bolsillos llenos de chucherías y contaba cosas que los hacían reír) a los mayores que lo conocían.
El presumía de lo guapa que era su nieta "la más guapa de España y del mundo entero, decía" y yo me ruborizaba llena de orgullo por ser su ojito derecho.
Mi abuelo no tuvo buena salud, una tuberculosis en unos tiempos en que no había los medicamentos que hay hoy en día se la minó, en él se sucedieron las enfermedades una detrás de otra.
Estando muy enfermo nos trasladamos a vivir a una casa de alquiler, mientras en el terreno donde estaba la antigua se construía una nueva, el abuelo estaba muy ilusionado con ella, quería vivir para disfrutarla, pero desafortunadamente sólo llegó a verla una vez cuando estaba casi acabada, fue la última vez que salió de casa...
En sus últimos meses eligió una habitación en la planta baja, al lado de la puerta de entrada y con una ventana que daba al camino y que él se empeñaba en mantener abiertas de par en par desde muy temprano hasta altas horas de la noche, para que sus vecinos pudiesen pararse a saludarlo y a charlar un rato cuando pasaban (cosa que hacían).
-Julia, ayudame a asearme y límpiame la habitación que quiero recibir bien el día.
Así entre sus lecturas, la radio, las visitas, la compañía de la abuela y de todos nosotros fue pasando sus últimos días, lleno de vida.
Te quiero abuelo.

3 comentarios:

  1. querida alondra:

    que envidia, yo solo pase tres años con mi abuelo y lo poco o nada que recuerdo es por las fotos,
    creo que todos debemos tener ese recuerdo de las enseñanzas, los momentos, las historias, la ternura y hasta lo consentidos que nos volvemos con el abuelo.

    que bellos recuerdos

    besos

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  2. Qué bonito homenaje a tú abuelo Alondra, mientras leía se me venía a la cabeza imágenes de mi abuelo, yo también he estado muy unida a ellos, de pequeña viví varios años con ellos y los quiero muchísimo, ahora ya están muy mayorcitos y espero poder abrazarlos a los dos dentro de poco, siempre pido y ruego que no les pase nada a ninguno de los dos, se que tarde o temprano llegará el momento pero mientras llega espero que se encuentren bien y pueda volver a disfrutar de ellos aunque sea unos cuantos días, el amor y cariño de los abuelos es imcomparable, es hermoso tener esos recuerdos de tú abuelo, recordarlo con una sonrisa, tan sabio, tan cariñoso contigo, un gran hombre desde luego.

    Me ha gustado mucho este post, muy lindo Alondra.

    Besos y feliz semana.

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  3. Te envidio, yo no tuve la suerte de convivir con uno y con el otro mi relación fue bastante más distante, lo recuerdo a la salida del instituto en su 600 y con su colega de marcha casi octogenario diciendo piropos a todas las que pasábamos a su vera y cuando me identificaba me pedía complicidad jajaja
    Envidiable ya te digo
    Un beso

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