domingo, 3 de abril de 2011

DE AMISTAD

Tenía pesadillas.
Se despertaba bañada en sudor muerta de miedo. Angustiada decía que no recordaba nada de lo soñado, pero era mentira, no quería hablar del tema, bastante tenía cada noche.
-Cuéntame un cuento.
El hacía tiempo que se había resignado a no saber.
Cada noche se despertaba en cuanto ella comenzaba a moverse intranquila, se sentaba en la cama y observaba como se deslizaban las lágrimas por sus mejillas, oía sus quejidos sin atreverse a despertarla (las pocas veces que lo había intentado en esos tres años era como si su pareja aún despierta siguiese dentro de la pesadilla, unas veces gritaba de una manera que ponía los pelos de punta y su cara estaba completamente desencajada, daba golpes al aire como si se estuviese defendiendo de algo o alguien con todas sus fuerzas y otras (las menos) se quedaba quieta y en silencio con los ojos abiertos como una muñeca de trapo, los minutos que tardaba en volver a la realidad eran angustiosos para el.
Si la dejaba se despertaba ella sola como si llevase una alarma incorporada que la sacase de la pesadilla antes de que se les parase el corazón a alguno de los dos.
En cuanto se tranquilizaba un poco se acurrucaba en el cuerpo del hombre buscando calor y protección.
-¿Qué cuento quieres que te cuente?
-Uno alegre.
-Comienzo yo y seguimos juntos.
-Y así cada noche se inventaban una historia como complices que fraguan una travesura, una cortita que los ayudase a relajarse para volver a dormirse abrazados como si fuesen una sola persona.
Años mas tarde viviendo cada uno en un lugar del mundo, sonaba el móvil y surgía la voz de uno de ellos pidiendo.
-Cuéntame un cuento.
La pregunta.
-¿Qué cuento quieres que te cuente?
Y la respuesta.
-Uno alegre.
Al colgar ambos sabían que uno había proporcionado un momento de paz al otro y eran felices durante unos minutos.

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