La vida y los cordones de mis botas, los compré limpios y con el nudo a la altura perfecta.
Cuando menos me lo espero se desatan a traición y me pego el ostión padre, a veces pasa que algún alma caritativa me avisa del incidente antes de que me rompa la crisma.
Algunas noches me los quiero desatar y tengo que hacer una tesis porque se han hecho unos cuantos nudos sin motivo aparente.
Me paso horas intentando arreglar el entuerto, justo cuando estoy a punto de echar mano de las tijeras ¡buala! se deshace el primero y los otros van detrás.
Si me preocupo de lavarlos plancharlos y colocarlos como dios manda ese día acaba lloviendo a cantaros y nos toca meternos en un barrizal.
Si estoy una temporada pasando de ellos en plan guarrete es cuando menos problemas me dan.
Hay días que pienso que no los necesito, al fin y al cabo sólo son un adorno bastante engorroso sin el que mis botas y yo podemos sobrevivir perfectamente.
Otros los miro y pienso que sin ellos no seríamos nada.
Cada vez que se me rompen unos pienso que JAMÁS voy a volver a comprar un calzado que tenga cordones.
Lo mismo que digo cuando "se me rompe un hombre".
En el fondo son relaciones muy similares.
En mi zapatero también vuelven a aparecer una y otra vez los dichosos cordones acompañados de cualquier variedad de calzado.
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