sábado, 12 de marzo de 2011

LAS VUELTAS QUE DA LA VIDA.

Ese señor tan serio enfundado en un traje y parapetado detrás de una mesa enorme no puede ser mi antiguo compañero de correrías.
No sonríe ni aunque le paguen, está más tieso que un palo de escoba y cuando habla le sale ese "acento" de pijo de colegio privado que nunca fue.
No puede ser quien yo creo, es imposible que haya mutado en eso.
Paradojicamente su físico apenas a cambiado, era muy atractivo y lo sigue siendo, en su caso la prosperidad no se traduce en una gran barriga, conserva todo su pelo, ondulado y muy bonito (menos mal que por lo menos no intenta dominarlo a base de gomina) eso si su larga melena ha desaparecido. También el pendiente que no se quitó ni cuando su padre lo echó una semana de casa porque en una visita a su abuelo paterno, este casi se muere de un ataque al corazón mientras gritaba con el bastón en alto ¡qué su nieto se había vuelto maricón y encima presumía de ello! (es que en veinte años las cosas han cambiado mucho).
La reunión no está saliendo para nada como esperaba, el susodicho ni siquiera se digna a dirigirme una mirada, no cede ni un ápice en la negociación.
Pienso con tristeza y algo de desesperación que voy a salir trasquilada.
Por fin un vistazo rápido de refilón, no da señales de reconocerme. ¡Pues yo tampoco he cambiado tanto gilipollas, engreído y estirado!.
Entra su socio que tiene cara de bulldog y se esfuma mi última esperanza, nos presenta como el que presenta a unos pobres que ha sentado a su mesa para cumplir su obra de caridad del año (se me están indigestando los recuerdos en la boca del estómago).
Uno de los nuestros espone la situación de la forma mas favorable para nosotros, se hace un silencio molesto y acto seguido el carraspea y se mueve inquieto en su sillón, pienso "se acabó".
Cual es mi sorpresa al escuchar que dice tener una opinión favorable con respecto a nuestro proyecto, al parecer está tan seguro de nuestro éxito que quiere invertir dinero si admito socios e incluso, intervenir personalmente.
Al parecer es lo que le interesa oír a su socio dice que confía plenamente en él y se despide de nosotros mucho más amable que cuando entró, incluso bromea diciendo que si el negocio es tan brillante el quiere ser el primero en comprar acciones cuando salgan al mercado, después todo transcurre sobre ruedas, el sigue sin mirarme, ya no me parece un gilipollas, pero si engreído y estirado.
Nos despedimos muy ceremoniosamente y salimos a la calle, a mi vez le digo a las personas que me acompañan que nos veremos el lunes.
Me quedo sola y decido tomarme un café mirando al mar, necesito relajarme y pensar, tengo un sabor agridulce con respecto a lo que acaba de pasar.
-Hola leona, ¿qué, no invitas a una cerveza?, perdona que fuese tan frió, pero no interesa que mi socio piense que tengo algún interes personal en esto.
-Vaya y yo que creía que se te había subido el cargo a la cabeza, estabas tan rígido que creí que te hibas a romper.
-Si me descuido me sale el macarra que llevo dentro y eso no me conviene, te reconocí al primer golpe de vista y me moria de ganas de hablar contigo y preguntarte un montón de cosas, por cierto tu también as pulido mucho tus maneras.
La verdad es que si cuando eramos unos crios nos dicen que ibamos a acabar dedicandonos a esto no sólo no lo hubieramos creído sino que hubiesemos renegado de ello.
-Hay que ver las vueltas que nos dió la vida.
Esa noche cenando juntos y ya sin caretas nos miramos reconociendo en nosotros a los chicos que fuimos un día y disfrutando de lo que somos ahora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario